En Extremadura no abunda la emigración gallega. Y eso que en el valle de Jálama, en el triángulo formado por San Martín de Trevejo, Eljas y Valverde del Fresno, en la provincia de Cáceres, la lengua autóctona es “a fala”, claramente emparentada con el idioma gallego. Uno de los pocos empresarios gallegos establecidos en la región es Adolfo Ferreira, un lucense muy conocido en Badajoz porque por su autoescuela han pasado más de 3.000 alumnos desde que abrió sus puertas en el barrio de Valdepasillas en 1986.
El protagonista de Galiciaexterior esta semana nació en San Fiz de Rubián (Bóveda, Lugo), o como él prefiere decir, “a medio camino entre Sarria y Monforte, en una preciosa zona de la Ribeira Sacra”. Estudió Maestría Industrial en Monforte, lo que entonces se conocía como “oficialía”, y como buen alumno soñaba con tener un empleo estable en la fábrica viguesa de Citroën. Pero había exceso de mano de obra y optó por otra profesión: “Desde niño siempre me gustaron los coches y en 1977 me presenté a los exámenes para profesor de autoescuela. En ese año y al siguiente se celebraron en Vigo y en Santiago; en total, de las dos ciudades, salimos en esos dos años unos 600 profesores de autoescuela”.
Así que, de nuevo le tocó competir con la masificación: “En las autoescuelas que había abiertas en Galicia se fueron colocando los familiares y amigos de los propietarios. Por eso para la mayoría de nosotros no había sitio...”. En esa época, Adolfo Ferreira ya conocía la dureza de emigrar. Antes de hacer la mili en Badajoz, había trabajado seis meses de camarero en Barcelona, un oficio y un destino muy familiares especialmente para cientos de emigrantes lucenses y ourensanos de la época (década de los setenta).
El conocimiento de la ciudad le impulsó a sondear oportunidades laborales en Badajoz, con su título de profesor de autoescuela en una comunidad sin sobreoferta de profesores, a diferencia del boom que había en Galicia. Tras ejercer por cuenta ajena, en 1986 fundó su propio centro, Autoescuela Stop, en uno de los barrios emergentes de Badajoz: “Llegué un poco tarde al sector, porque los años fuertes del sector fueron en los setenta... Pero no nos ha ido mal. A mí me tocó vivir la crisis tremenda de principios de los noventa. Llegué a contar con cinco profesores, pero ahora que se acerca la jubilación estoy solo...”, relata.
De media anual, en 38 años de profesión ha hecho posible que más de 3.000 alumnos hayan obtenido el carnet de conducir gracias a sus enseñanzas. Como él mismo bromea: “A seguridade vial aumentou moito en Extremadura desde a miña chegada”. A la hora de explicar las diferencias de conducción que existen en distintas zonas de España, afirma que “en Galicia, por exemplo, condúcese ao milímetro, colabórase e compártese a vía. Por aquí sen embargo aplicamos máis aquelo de ancha es Castilla... Xa se sabe, cando hai abundancia... Pero en xeral Extremadura non é unha zona conflictiva para o tráfico. Non existen demasiados puntos negros nas estradas. O malo é que hai moita menos vixilancia que noutras partes”, asegura.
A nivel social, Adolfo Ferreira frecuentó la Casa de Galicia de Badajoz durante sus primeros años en la emigración, pero con el paso del tiempo ha ido perdiendo vínculos con este centro gallego. Sus aficiones siempre han estado más encaminadas hacia el deporte. Autoescuela Stop patrocinó durante varias temporadas a un equipo pacense de fútbol sala. Y para desconectar, le gusta pasar buenos momentos de pesca en el río Gévora, el afluente del Guadiana que fluye por Badajoz.
Cuando de regreso a Galicia toca contar anécdotas de su ya larga estancia en Extremadura, una de sus preferidas es la del día que coincidió en un área de servicio con un vecino suyo y con el ex presidente autonómico Juan Carlos Rodríguez Ibarra: “Mi vecino se acercó a él y comenzó a hablarle de mí, por mi trabajo en Badajoz y mi trayectoria. Fue un momento especial”, recuerda. Otras curiosidades, frecuentes en la emigración, consisten en conocer a paisanos en el nuevo destino y no en las tierras de origen: “En una ocasión vino a buscarme un vecino de mi mismo ayuntamiento de Bóveda, después de llevar sin vernos desde los años de juventud; y otra vez conocí aquí a un tratante de ganado de la zona de Monforte con el que nunca había coincidido en Lugo y con el que hice amistad en Badajoz, en donde él también terminó estableciéndose por su negocio de la ganadería”.
Después de cuatro décadas de residencia en Extremadura, Adolfo Ferreira no puede desaprovechar la ocasión para exaltar las virtudes de esta comunidad como excelente tierra de acogida: “Lo mejor de Extremadura son sus gentes y lo bien que acoge al que viene de otros lugares. Me he forjado aquí familiar y profesionalmente, y mi gratitud es plena”. Para el viajero y para el turista, tiene tres recomendaciones indispensables, dos culturales y una gastronómica: “La riqueza arquitectónica de Mérida; los restos árabes de Badajoz, conquistada por Alfonso IX en el año 1230; y cuando toque ponerse morados y reponer fuerzas, la degustación del jamón ibérico, que es insuperable y el mejor del mundo, al igual que el marisco de Galicia”.